viernes, 26 de febrero de 2010

Mi delirio y mi condena - Cap. V

El pibe de los Astilleros


Al Rulo lo conozco de pibe. De muy pibe. Con su hermano mayor (Horacio) ya de pendejos rompían las pelotas en el club a toda hora. Se lo distinguía por su cabellera enrulada, negra como la noche, negra como sus ojos. Era malo de fábrica, llevaba en los genes la marca de Cain como dice Skay. 


A medida que fue creciendo escaló posiciones en la barra con la ayuda de sus puños y su coraje, ya que no le tenía miedo a nada, lanzado en velocidad era un F1 que se llevaba todo puesto. Llegó al grupo de los líderes en la última época de los Cordobeses, de Cacho y de Pantera. 


Formaban un bloque compacto, que iba al frente en todos lados. A mi me tenía de vista, de la tribuna, siempre en la puerta 10, con lo cual cuando cayó en cana mal me vinieron a buscar sabiendo que soy penalista para darle una mano, ad honorem obviamente.


El moco era grande, con lo cual solo pude apelar y reducirle la sentencia, diciéndole antes de dejarlo guardado que no se cargara a ninguno y tratara de hacer buena letra para que al menos le den la condicional antes que la domiciliaria. Como acá la justicia es mas lenta que Lucero, se benefició con el 2x1 y salió antes de que se le caigan todos los dientes.


No supe mas nada de él, hasta la semana pasada, cuando iba en el subte C de Retiro a Tribunales y en el vagón medio vacío lo vi parado junto a una puerta. Estaba flaco como un alambre (siempre fue así), son sus mismos rulos algo mas cortos y un ambo verde que hacía pensar en un presente ganandose el mango de camillero.


Me reconoció enseguida, pero no se me acercó, yo tampoco me moví, quizás por la sorpresa y el respeto que siempre me infundió su mirada. En Florida, antes de bajarse, pasó al lado mio y señalándome el tatuaje que tengo en el antebrazo me dijo entonando en voz baja:


- Es la Número Uno, es la Guardia Imperial.


J.

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